domingo, 23 de mayo de 2010

EL TIEMPO EN EL COLUMPIO

“Venus, mi adorada niña de ojos claros y cabellos largos, hoy colgaré el columpio que te prometí cuando cumpliste 3 años. Recuerdo tanto aquellos momentos cuando con llantos me contabas tus sueños (…)”

Venus se columpiaba en la llanta gigante que su padre había colgado antes del olvido. El cielo cubierto de niebla estaba siendo observado por millones de personas, que en un día frío como el de aquella tarde impedía el ingreso de los rayos solares que muchos esperaban ver mientras sentían la luz en su piel. En ese momento ella hacía parte de los millones de seres que buscando respuestas en los confines de un cielo roto, intentan dar nombres a los colores en una gama de grises que no lleven a ninguna parte, pero que sencillamente sean hermosos.

Cuando Tom colgaba la llanta de un árbol grande y verde pensaba en las calurosas tardes que pasaría empujando desde atrás a su pequeña hija; Tom podía vislumbrar en el rostro de Venus una reluciente sonrisa, a que parecía preparaba para agradecer por aquel humilde regalo que esperaba desde algunas primaveras atrás, pero que sin pensarlo aquel día recibió. Con un beso y un cubrimiento de brazos fuertes alrededor de su cuerpecito Tom alzó a Venus reposándola sobre la gruesa llanta para dar las primeras columpiadas.

Tom dedicaba gran parte del día a su hija, tenían buena relación, él la contemplaba mientras ella danzaba en el ir y venir a ninguna parte del caucho negro que colgaba de las sogas que Venus con sus delicadas manos sujetaba con fuerza por miedo a “volar”.

Cada mañana era la misma, pero a diferencia de cualquier otra persona, Tom veía cómo su hija se transformaba, observaba con tristeza como los rasgos de niñez iban desapareciendo cada que llegaba la noche y un día más quedaba atrás, por eso acompañaba a su hija durante horas, que para él eran tan sólo instantes, instantes en los que Venus escuchaba de la voz de su padre las más fantásticas historias que conocería en su vida, bellas historias con finales inconclusos, con puntos suspensivos que Tom utilizaba como estrategia para atraparla con facilidad al siguiente día, cuando todo era igual que ayer… cuando sólo cambiaba el aspecto infantil del rostro de Venus.

Sin darse cuenta, Tom amó a su hija más que a cualquier otra cosa o persona que hubiese conocido o poseído en el mundo.

Pasó las mañanas contemplando sus ojos cuando estos abrían sus puertas al despertar de sueños desconocidos para encontrarse con la luz del día; en las noches esperaba junto a Venus el sueño que seguramente los llevaría a descansar hasta la mañana siguiente, cuando el capítulo de ayer se repetiría una vez más.

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En su rostro, pálido y delgado fulguraba una sonrisa pícara que de vez en cuando era interrumpida por los cabellos sueltos que ondeaban en el vaivén del viento espeso, que dejaban a la imaginación de quienes lo miraban los pensamientos que por su desordenada cabeza podían cruzar.

Tom recordaba con utopía aquellos días en donde Venus cantaba para él, mientras el ir y venir de su cuerpo sobre la llanta negra fragmentaba el pesado y caliente viento que con dificultad se podía respirar. Tom al final del día después del ayer perdió su respiro, mientras su mirada se perdía en el horizonte perdido, pues las paredes blancas del reclusorio mental no dejaban nada para observar, pero bastante para imaginar.

Después de la muerte, una enfermera ingresó al cuarto donde Tom pasó más de la mitad de su vida.

Mientras cambiaba las sábanas que cubrían la cama de aquel recinto blanco, encontró una cantidad alarmante de hojas llenas de letras diminutas, escritas por Tom con los mismos jeroglíficos que algún día rayó -como sentencia- sobre el papel que lo mantendría encerrado bajo observación medica durante el resto de su vida con un diagnóstico de enfermedad mental.

Tom hijo de padres ya olvidados, sufrió esquizofrenia desde su infancia, jamás tuvo relación alguna con personas a aparte de los médicos que lo trataron cerca de 30 años.

En el historial clínico que se encuentra en los archivos del hospital mental, reposan bajo el nombre de Tom Black los textos escritos por él durante su estadía en el reclusorio, en ellos se leen las historias de una chica llamada Venus, de la que no se conoce nada más que los relatos que Tom escribió, historias que los médicos declaran como producto de los síntomas psicológicos positivos de su enfermedad, como ilusiones (creencias irracionales), alucinaciones, pensamientos incoherentes.

“Eres hija de sirenas de pelo rojizo, naciste bajo una luna llena mientras las olas del mar me separaban de la mujer que amé antes que a ti, tu madre. Violeta”

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